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El Caudillo Turno

El Caudillo Turno En la Eneida de Virgilio, el Caudillo Turno es el guerrero que lucha contra el destino, se burla de lo escrito por los dioses a los que desafía intentando imponer su voluntad para cambiar lo establecido por el Destino (gr.Hado) y por Júpiter (gr.Zeus) desde su tronto en el Olimpo.

Insuflado su ardor violento por Juno (gr. Hera), Turno desafia a Eneas en su pretension de desposarse con Lavinia, hija del rey Latino, deviniendo así rey del Lacio. Todos saben que es Eneas, del linaje de Dardano, descendiente de los dioses y su ejercito huido de la malparada Troya, es quien debe, según está escrito en el destino, ser dueño de la Italia y convertirse en padre de una estirpe de la que nacería el pueblo de Roma, destinado a ser el dueño del Mundo. Turno también lo sabe, no obstante, decide levantar a todas las tribus latinas contra ellos en guerra desesperada.

Turno es el que, vestido con rústicas pieles, se burla de los troyanos ataviados de purpúreas vestiduras y constantemente ayudados por los dioses. Cada vez que Júpiter, Venus o cualquier otra deidad olímpica hacen alguna maravilla en favor de ellos, Turno responde con la misma filosofía, que podría resumirse con la frase de -Mi dios es mi diestra!- al tiempo que continúa atacando desesperadamente.

Él es el desafio al horror de los sobrenatural, de todo aquello que no se comprende y es sobrehumano, con la fuerza del puño. Es la suya la valiente y esforzada exigencia que una voluntad hace a los poderes que le sobrepasan, una exigencia que por ser tan valerosa como ingorante, tan temeraria como ciega, acaba siendo una pieza mas dentro de las eternas intrigas y enfrentamientos del Olimpo. En este caso un mero juguete de Juno en su enfrentamiento con Júpiter sobre el destino de los troyanos.

Al final, Turno se ve forzado a enfrentarse a Eneas en un duelo del que sabe que no saldrá vivo, pero del que no huye por honor y por fidelidad a la gran cantidad de hombres que le han seguido en su empresa y que han dejado la vida en el campo de batalla. Poco antes de morir, en los ultimos momentos de este desigual duelo le dice a Eneas, su verdugo: "No me aterran, feroz enemigo, tus arrogantes palabras; me aterran los dioses, me aterra el enemigo Júpiter" - consciente de que aquello contra lo que luchaba no eran unos simples invasores extrangeros llegados de la frigia, sino contra los mismísimos designios de los dioses.

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